jueves, 19 de noviembre de 2015

DEFENDER LA VIDA CON LA VIDA O DEFENDER LA VIDA CON LA MUERTE


Por: Antonio Fuentes[1]

¿Defender la vida con la vida o defender la vida con la muerte?. Pareciera que se hubiese entrado en un espiral sin salida. Cualquiera que quiera arrebata la vida del otro/a y lo hace sin sentir reparo de ello. En un impulso de rabia irracional e incontrolada pasamos de agredidos a agresores y cruzamos esa línea invisible y delgada hasta convertirnos en delincuentes. Y lo justificamos.

Pero para intentar una comprensión más sociológica de esta realidad, considero oportuno abordar tres aspectos fundamentales -a mi manera de ver los hechos-, en que sin lugar a dudas descansa este imaginario de muerte que poco a poco tiende a tomar visos de generalidad cultural.

      a. Crisis de institucionalidad

Las justificaciones van desde expresiones como “la justicia no sirve”, “acá todos hacen lo que quieran y nadie es castigado”, “la policía no sirve”, “la policía llega tarde”, “la policía agarra al ladrón y después lo suelta”, “la policía es cómplice”, “la justicia es solo para los de cuello blanco”, “claro, a él no lo arrestaron porque era familiar de Fulanito”, hasta afirmaciones crudamente categóricas como “se lo merece por ladrón”, “se lo merece por ñero”, “es necesario hacer limpieza social”...

Estos elementos de juicio señalan una y otra vez la crisis de legitimidad de las instituciones, es decir, la falta de credibilidad en los órganos estatales creados para aplicar justicia; ello, producto de su corrupción o la cooperación con el crimen organizado. Lo que evidentemente es un reflejo de la crisis de la democracia, esa palabra que todos y todas se jactan de decir cuando se comparan con otros países. Sin embargo, cabe hacernos una pregunta: si esto es democracia y es la “más antigua de América Latina” ¿qué está pasando?

Volvemos nuevamente al principio: no hay justicia. Pero afirmar esto en un “Estado” (forma de organización política moderna, que ha funcionado mal o bien desde hace más de doscientos años), sería igual a la nulidad del mismo, ya que una de las partes que conforman el Estado es la Justicia, Rama del poder, y aunque digamos que en nuestro país no hay justicia, cierto es que existe, pero de la forma más bizarra posible. Lo correcto entonces es señalar que la justicia no opera de la manera más oportuna y eficaz.


b. La justicia social

Ahora bien, agreguemos un elemento más de reflexión: no hay justicia social. Y con ello quiero referirme a la escasa implementación de políticas públicas incluyentes que garanticen la plena satisfacción de derechos para una vida en condiciones de dignidad.  El Estado, cada vez más distanciado del pueblo, niega toda posible relación entre el desempleo y/o la deserción escolar con la delincuencia, en otras palabras, no entiende que la escasez de oportunidades en un momento determinado puede constituirse en un factor de inestabilidad social. Y cuando un porcentaje amplio de la población es excluida y marginada de la inversión estatal, es lo mismo que exponerlo a solucionar sus demandas enfrentándolo al otro/a en la calle, en la casa, o en el negocio de quien considera está situado en una mejor posición social.

Pero la justicia social además, tiene otro componente igualmente importante: el proceso re-socializador. Si partimos de la tesis que un individuo puede llegar al delito en razón de un sistema injusto, que le niega posibilidades de acceder a recursos para satisfacer sus necesidades, es sensato entonces exigir que, el Estado, obligado como está a salvaguardar la vida, cree las políticas públicas indispensables para evitar la reincidencia.

La prevención del delito no se trata simplemente instalando cámaras, aumentando los años de condena ni multiplicando el número de policías, se hace, ante todo generando fuentes de empleo con plenas garantías laborales, optimizando y subsidiando el servicio integral de salud, facilitando el acceso gratuito a la educación universitaria y técnica, adecuando espacios para la recreación, las artes y el deporte.
                                                  
  Imagen No 1: Radiografía del Crimen en el AMB






c. La justicia por las manos
Volviendo al punto de partida quiero hacer énfasis en una de las consecuencias más dramáticas que la espiral de violencia está instalando, no sólo en el imaginario sino en el comportamiento humano: el fenómeno de los linchamientos.

Día por día se ha vuelto cotidiano el hacer justicia por las propias manos. Es, incluso, una bandera de “liderazgo social”. Cosas tan aberrantes se lee en los muros de algunas redes sociales como facebook, titweer e instagram donde se realizan todo tipo de señalamiento sin ninguna justificación y, donde además, se exhibe una especie de feroz clasismo y darwinismo social que justifica la eliminación del otro en su condición de delincuente. Solo en lo que va corrido de este año se han presentado tres casos de linchamiento o intentos de eliminación física en el AMB, registrados en la prensa escrita. Ver:


Ante este apremiante panorama, no basta únicamente con pedir mayor inversión social, que ya sabemos, en nuestro país es un proceso lento y dispendioso en razón de un Estado centralista y capitalista al que sólo parece interesarle el enriquecimiento de unos cuantos sectores económicos. Es necesario conmovernos y conmover al otro sobre la desgracia de quien está en una condición social lamentable y vulnerada, para que juntos construyamos procesos que permitan un auténtico cambio social. Esto desde luego va de la mano de la dignificación de nuestras condiciones de vida y la re-significación de las prácticas de no violencia. Y esto puede ser tema de otra reflexión.



[1] Equipo Comité Cultural de Zapamanga – Cocuza.
   Historiador-Universidad Industrial de Santander
   Diplomado en Pedagogía para la Formación en Investigación Educativa –PJU-
   Candidato a Magíster en Planificación Urbano Regional –UBA-

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