jueves, 3 de diciembre de 2015


Releyendo El Principito















-¿Qué significa domesticar?
-Es una cosa muy olvidada –dijo el zorro-. Significa crear lazos.
- ¿Crear lazos?
-Ciertamente –dijo el zorro-… Mi vida es monótona: cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Por eso me aburro un poco. Pero si tú me domesticas, mi vida se iluminará. Conoceré un ruido de pasos diferente a los otros. Los otros pasos harán que me oculte, los tuyos me llamarán como una música. Y, además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan; para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me sugieren nada. Eso es triste. Pero tú tienes los cabellos dorados. ¡Será maravilloso si tú me domesticas! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y amaré el ruido del viento en el trigo… 
Antoine de Saint-Exupéry – El Principito

¿Domesticar? Los lazos afectivos, con el tiempo, pueden tenderle cadenas a las alas impetuosas de la libertad, pueden edificarle murallas al acto primitivo del amor. Pero tenemos la gracia de asombrarnos aún en cada uno de esos sencillos momentos que interpelan nuestra existencia, el don de vibrar al calor de nuestros sueños, la capacidad de indignarnos ante aquellos acontecimientos que lastiman en nuestra conciencia, el poder de movilizarnos por aspiraciones más allá de las íntimas fronteras y las mecánicas compulsiones.
Entonces, ¿Por qué resignarnos a la quietud del hábito? ¿Por qué someternos a la impasibilidad de la rutina? ¿Por qué apegarnos al conformismo de lo predecible? Tal vez, por las falsas seguridades que descansan en imaginarios de posesión y dominio poco a poco dejamos de encender fogatas en el corazón. Tal vez por la tranquilidad de las certidumbres, no dejamos que las auroras de cada amanecer, siempre nuevo, penetren hondamente a través de nuestros sentidos. Y la Libertad como el Amor, son movimiento.
Si crear lazos es domesticar en todo el sentido simbólico de la metáfora, entonces la afectividad corre el riesgo de construir las mismas ataduras con que se inmoviliza el ímpetu libertario del amor; creará las mismas sujeciones que paralizan los deseos, generará la misma dependencia que el aburrimiento y la monotonía imponen en nuestra vida diaria. 

“Pero tampoco es cierto que la rutina acabe con los sentimientos”, me dice la compañera, Dayanna Sanabria, Psicóloga en formación; “si así fuera, todas las relaciones se acabarían en poco tiempo”.
Y en eso creo que estamos de acuerdo. No necesariamente los vínculos y las costumbres generadas con los vínculos son un factor para que mueran las pasiones: vaciarlas de contenido, trivializar cotidianas experiencias, amansar la fantasía, amaestrar emociones… eso que paulatinamente aplaca el entusiasmo y opaca el interés, es lo que finalmente viste de penumbra, incluso el más florido jardín de ilusiones. Es entonces, cuando al transcurrir el tiempo, los lazos afectivos precisamente crean el efecto contrario: desvínculo.

Y siguiendo en el ejercicio de desenredar las palabras y los imaginarios entramos al universo de los significados.“Acomodar las personas al gusto de uno para ajustarla a nuestros intereses y conveniencias. Eso es domesticar”. Así, con la sencilla naturalidad que la caracteriza lo conceptualiza la compañera Dayanna Sanabria. Y también creo que es una apreciación muy diciente. Entonces cabe preguntarnos: ¿Queremos domesticar? O… ¿Queremos que nos domestiquen?

Dayanna Sanabria
 Psicológa en formación

Ángel








1 comentario:

  1. Un espíritu indomesticable es aquel que emprende vuelo, haciendo que la rutina tome nuevos matices en la cotidianidad, que el egoísmo sea excluido por expresiones de colectividad y que el conformismo pase por una metamorfosis creativa y alternativa a la dignidad.

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